Déjame ser manos y, dedos, trepar por tu cuerpo,
cimbrear ese vientre, pálido, intenso,
adentrar caricias en tu negro cabello
y, sentir las hormigas, tu piel, el deseo.
Déjame ser iris y, ojos, desnudarte por dentro,
quemar mis pestañas en tu cálido fuego,
auscultar tu mirada, abismo e infierno
y, mirar tu carita de ángel moreno.
Déjame ser eco y, oído, ahuyentar el silencio,
escuchar tus latidos que rugen inciertos,
desgranar los sentidos, henchidos al viento,
susurrar la ternura, tu frente en mi pecho.
Déjame ser gusto y, sabor, paladear tu misterio,
libar la miel de tus labios sinceros,
comer de tu boca, engullir tus momentos
y, saciar mi sed, tu saliva y, aliento.
Déjame ser aroma y, olor, rastrear el sendero,
exudar por tus branquias la brisa de enero,
infiltrar tu desnudo, cual pálido lienzo,
expirar tus entrañas, yacer en tu lecho.
(Esta poesía, o intento al menos, fue la primera que publiqué en una revista que se llamó Cuarto Creciente. Revista de creación literaria y, artística que se editó entre 1999 y 2008, de ámbito universitario. Le tengo cariño por ello).