En el nombre de Dios,
cometemos atrocidades,
creyendo ser los elegidos,
los repartidores de justicia,
sus siervos ungidos,
libres de todo pecado,
con la conciencia intacta,
esperando la absolución,
que nos libre de todo mal,
la ciega confianza,
de haber obrado fieles,
a los designios de un Padre,
figurado e inventado por nosotros.