Te di todo
y, tú me entregaste los restos del naufragio,
la enorme sacudida que terminó por hundirnos,
esa onda expansiva cubierta de despojos,
nuestros cuerpos inertes y entregados,
al único designio posible,
el fatídico desenlace de palabras y hechos,
un final escrito, sabido, previsible,
lleno de cargas explosivas,
torpedeadas en una única dirección,
enviadas con saña y dolor,
hurgando, añadiendo sal a las heridas,
recreando tu gozo en mi cara,
dejando que mi hundiera atado al ancla,
mirando espantado hacia la superficie,
aun cuando expulsaba las últimas burbujas,
el aire viciado que quedaba,
en mis pulmones extintos de vida,
cayendo al oscuro fondo,
sabiendo que nunca encontraría, el preciado tesoro.